Jessica Nicole Pazmiño López / Alba de los Cielos Miranda Villacís
© Fundación Internacional para Educación la Ciencia y la Tecnología, “FIECYT” 53
Gran Colombia. En 1835, la Constitución estableció a Ecuador como una república con un
sistema unitario y soberano, lo que garantizó su independencia de cualquier mandato externo.
Durante la era republicana, se implementó la pena de muerte con el objetivo de que el pueblo
percibiera la presencia y autoridad del Estado (Esparza y Maldonado, 2022).
El primer código penal ecuatoriano fue promulgado en 1837 durante la presidencia de
Vicente Rocafuerte. Este código se basaba en principios como la legalidad de delitos y penas,
y la culpabilidad psicológica. En dicho código se establecieron 19 casos en los cuales se
aplicaba la pena de muerte, algunos de ellos relacionados con cuestiones económicas,
argumentando que el Estado y el pueblo no deberían financiar el mantenimiento de personas
que habían cometido delitos de gran gravedad.
En la Constitución de 1850, por primera vez se declaró abolida la pena de muerte para
los delitos de carácter político. Esta decisión fue el resultado de la iniciativa del político,
diplomático y escritor ecuatoriano Pedro José Carbo y Noboa. Esta disposición se mantuvo en
las constituciones de 1852 y 1861, pero desapareció en la de 1869 durante el régimen de Gabriel
García Moreno. Bajo su gobierno, la pena de muerte se convirtió en algo común para todos
aquellos considerados revolucionarios, aunque García Moreno era visto como un gobernante
íntegro, de renombre ilustre, honesto y progresista.
Es esencial hacer hincapié en el antecedente de la pena de muerte y el ajusticiamiento
moral, en la ciudad de Cuenca, el 20 de abril de 1857, se llevó a cabo la ejecución del indígena
Tiburcio Lucero, condenado al tormento. La multitud se aglomeró en las calles, abriendo paso
al cortejo que salía de la cárcel en la Plaza Mayor y se dirigía a la plazuela de San Francisco.
El reo era escoltado por soldados que no hacían nada para detener los abusos de la multitud,
la cual blasfemaba contra el condenado y, en ocasiones, le lanzaba piedras. Vestido con una
túnica blanca manchada de sangre, sus manos estaban atadas a una palma seca. El sonido
lúgubre de la caja ronca resonaba, al igual que las oraciones del capellán en honor a la buena
muerte. Los pies del indio estaban encadenados, dificultando su caminar; los soldados que lo
seguían lo pinchaban con sus espadas para que avanzara más rápido. Una cruz presidía el
pelotón de fusileros y, junto al muro del convento de San Francisco, se encontraba el patíbulo.
Con esfuerzo, subieron al indio al poste y lo ataron con correas de cuero retorcido. Luego, le
colocaron una venda negra. Los tambores redoblaron y en medio de la multitud, se
escucharon los disparos. La ley había sido cumplida (Goetschel, 2018).
No obstante, En la Constitución de 1850, se declaró su abolición para los delitos de
carácter político, mostrando así una primera señal de cambio en la concepción de la pena
capital. Aunque ha habido momentos en la historia donde se ha vuelto a implementar, el país
ha mostrado avances progresivos en la materia. Actualmente, Ecuador se encuentra en un
proceso de consolidación de su marco jurídico y político orientado hacia la abolición total de
la pena de muerte. La Constitución vigente garantiza el derecho a la vida y establece la
prohibición de la pena de muerte, excepto en casos de delitos cometidos durante el estado de
excepción en situaciones de conflicto armado internacional, de conformidad con el derecho
internacional humanitario.
La pena de muerte ha sido un tema de debate constante en América Latina,
especialmente en relación con su efectividad como medida disuasoria del crimen. Diversos
estudios recientes han abordado esta cuestión desde múltiples perspectivas, proporcionando
un panorama amplio y detallado sobre el impacto y las implicaciones de esta práctica.
Cruz (2011), en su estudio sobre la violencia y la democratización en Centroamérica, analiza
cómo las políticas de mano duran, como la pena de muerte, afectan la legitimidad de los
gobiernos. Este estudio es relevante para entender cómo la percepción pública de la pena de
muerte puede influir en la estabilidad política y social.